El lunes 6 de junio, bastante temprano, devolví un libro en la Biblioteca Central. Una fecha histórica que venero, la del día más largo. El libro que devolví ese día algo tenía que ver con esa parte de la Historia. Se titula “Aquel domingo” y es como un encaje de bolillos alrededor de la vida cotidiana en el campo nazi de Buchenwald- al cambio, en nuestra región podría ser el hayal, el hayedo… Encaje en el que aparece, con naturalidad, el mismísimo Goethe y su haya favorita. Weimar, la de la constitución republicana de 1919, a la vista como quien dice.
La cuestión es que al día siguiente yo me fui de vacaciones, estuve desconectado y no es que no me enterase, es que quedé conmocionado con la noticia del fallecimiento del autor. Casualmente, pocas semanas antes también había elegido otro título suyo para mi lectura semanal. “Veinte años y un día” era una de sus obras más desconocidas para mí y me encantó. A pesar de que pueda aparecer la sombra de Federico Sánchez en la narración, centrada en el 18 de julio de veinte años después, o sea, de 1956, priman muchos otros detalles, singularmente los de carácter erótico.
Pagada mi deuda, recordar a Jorge Semprún, un Gérard de la Resistencia francesa, el agente comunista, agitador de la posguerra, Federico Sánchez, quién sabe cuántos más, tomo prestada una denominación de alguien que todavía vive y demuestra una extrema lucidez cada vez que escribe. Hablo de Jordi Borja, oficialmente urbanista –es como se ha ganado la vida buena parte de la misma- pero que en algún momento se situará entre nuestros pensadores fundamentales de los últimos cuarenta años.
Denomina a lo nuestro, a lo que hay ahora mismo, una democracia autista, en relación con todo el movimiento de indignados, quincesdemayo, etc. A pocos podré convencer del autismo de nuestra democracia por su actuación en relación con Jorge Semprún – en todas sus novelas habla de Santander, del Sardinero, de puntos de la región. A mi, cada vez más sentimental, saber que en Buchenwald, un domingo helado del último invierno de la guerra, se pudiera acordar alguien de, pongamos, Los Pinares, me hace temblar.
Pero hay otras cosas menos literarias, incluso olvidando que la literatura es vida, que demuestran que la denominación de Borja es extremadamente acertada.
Además, ese autismo es transversal. Afecta a quienes se creen casi portavoces del movimiento indignado. Cantantes de fama que se indignan si un ministro hace una cita, sin ti no soy nada, que también aparece en una canción de éxito. No tengo claro si los juglares se inventan las frases y luego las popularizan o, si recogen de la realidad sus poemas. Si alguien ha dicho a su amante alguna vez “sin ti no soy nada” ¿deberá pagar derechos a la SGAE? ¿Ha escuchado el equipo directivo de la citada sociedad, camino de chirona, lo que los indignados les decían en relación con el pan y el chorizo?
Finalmente he entendido a los obispos españoles en el tema de la apostasía. Y las razones que les han otorgado altos tribunales. Si te han bautizado no te pueden desbautizar. Si lo de Extremadura acaba como parece que puede acabar, yo quiero apostatar de otras creencias de juventud. Pero no podré.
El pasado está agazapado a la vuelta de la esquina. Cuando se firmaron los Acuerdos de Locarno, Jorge Semprún Maura todavía no había cumplido los dos años. Grecia, y quien sabe cuántos más, va a necesitar algo parecido. Los políticos, la política, deben imponerse a las profundidades financieras. Espero que alguien les de una lección de Historia reciente y no repitamos errores trágicos.
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