Esta semana puede ser la última de la normal anormalidad en
la que nos ha metido un virus. Los niños van a empezar a salir. Lo necesitan.
Lo necesitan más. Pese a mi conjuro interno para no escribir ahora nada de lo
que en un futuro pudiera arrepentirme, y voy engordando el borrador de lo que no escribí, me permito hoy un par
de excepciones. Una se relaciona con el título. Siendo yo muy pequeño, pero
mucho, para cuando cumplí diez años el Plan de Estabilización ya causaba
estragos en casa de mis padres y nos debimos apretar el cinturón de lo lindo,
pero anteriormente, no puedo precisar con que periodicidad, venía un repartidor de Casa Genaro hasta mi casa con el pedido. Era un exotismo en aquel
tiempo y en aquel barrio. Y llevaba un triciclo que podía estar recién llegado
de Indochina.
Se llamaba Doro y
hoy es el día que no sé si era Teodoro o Doroteo. He consultado a una experta
en lenguas clásicas. Parece que no hay diferencia en la traducción, es un
regalo de Dios. Si se quiere acentuar el regalo, debe ser Doroteo y viceversa
cuando se quiere poner el acento en Dios. Podría ser incluso todo al revés. Es
sólo una pista: Hay un regalo de Dios
que circula entre la primera división de nuestros políticos. No puede competir
en acento fino con otros compañeros/as, pero él es fino a su manera. Tendrá
capítulo en lo que no escribí, al
menos por la contabilidad de las víctimas: Ese vicio bochornoso que no
conseguimos desterrar y que tiene muchos seguidores entre nosotros, al menos
desde alguna de las pinturas de Goya. O sea, que no es un fenómeno reciente. .
La otra excepción de la semana se relaciona con lo que se ha
considerado desde el principio como primera necesidad. Estancos abiertos y
librerías cerradas empieza a resultar insoportable. Un antiguo alumno acaba de
publicar y no he podido adquirir su novela. Otro de mis favoritos, Abad Faciolince, dice que en crisis de
creatividad, ha decidido publicar sus diarios y yo aquí, a dieta. Menos mal que
un amigo me regaló hace un par de meses, El
infinito en un junco, de Irene
Vallejo. Autora desconocida para mí. Entusiasmo es poco para describir lo
que estoy sintiendo con esta lectura.
No me considero cautivo, ese término exige un enemigo
distinto a un virus. Ni bromeo con estar encarcelado. De la cárcel no se sale a por el periódico o el pan. Me
considero en buena situación dentro de lo que cabe. La muerte, se trata de eso
y hemos pasado la frontera escalofriante de las 20.000, está provocando duelos
impensables hace unas semanas. Quien haya pasado por duelos especialmente
dolorosos, seguramente recuerda la fase de estar contra el mundo en general.
Muchos miles de españoles están ahora contra el mundo y hay quien no renuncia a
aprovecharse. No hablo solo de los políticos que menos aprecian a este
gobierno. La situación no es muy manejable y se puede leer que la mafia no
para, que hay algo parecido a un tele droga, que lugares como la Cañada Real de
Madrid, o una ciudad del tamaño de Algeciras pueden recordar al Stalingrado de la guerra. Timos y extorsiones on line
tampoco se detienen…Los bulos solo son una parte de los daños colaterales.
Me gustaría pensar que Yuval
Harari distingue con precisión entre tiempo y clima. Tengo la impresión de que
no sabe el clima político exacto que
tenemos por aquí. Y digo clima. Si solo fuera el tiempo político lo que tenemos
aquí como lo tenemos… Pero el israelí tiene adeptos y ojala se pudiera iniciar
algún plan con la unidad precisa. Primero entre españoles, a continuación entre
europeos y un poquito más allá entre toda la especie. Eso sería estar a la
altura del desafío actual. Pero en Italia, ese país tan parecido y querido y
que en esto va unos días por delante, ya han tenido su polémica sobre las
etapas de salida y su aplicación diferente en la escala territorial. Y no tiene
mucha explicación que se pueda levantar el confinamiento a la vez en Fuerteventura
y en Fuenlabrada.
Un estudio del CIS de hace 12 años, sobre la memoria de la
Guerra Civil, anotaba que casi dos tercios de los encuestados tuvieron a sus
familiares durante la guerra en pueblos y solo el 12% en grandes ciudades. Esa
estructura y distribución de la población podría haber sido más favorable en la
actualidad, pero la modernización ha significado, en primer lugar, apretarnos,
y eso, ahora, tiene costes que no habíamos considerado. Y no es un mal
específico de España. California y Nueva York no tienen la misma situación
ahora mismo. Tampoco van a levantarles el confinamiento a la vez.
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