Empieza el año con un importante conflicto político en los
EE.UU. El enfrentamiento entre el presidente y la mayoría del Congreso a cuenta
del muro que Trump quiere levantar,
o seguir levantando, en la frontera con México. Y que ni es gratis, ni parece
que lo vaya a pagar el vecino del sur, como fanfarroneó Donald.
El muro, es inevitable, al menos si se tiene aproximadamente mi
edad -aunque no se haya dedicado el 75% de la vida laboral a la enseñanza- recordar uno de los mayores éxitos de Pink
Floyd. Incluso el presidente es solo un ladrillo ¡Trump, deja tranquilos a
los niños! Niños. Me despedía del año pasado dando protagonismo a los niños, a
mis nietos y un susto enorme se estaba cociendo
en aquel mismo momento. Se ha quedado en susto.
Muchos en la familia hemos reflexionado estos días sobre
varios asuntos relacionados con la salud y con el sistema nacional, público, de
salud. Enorme ventaja la que supone contar con dicho sistema. Deberían ser
declarados non gratos todos los que atenten contra él, con las variadas formas
que hay de atentar contra lo que es de todos. Cuando no es así, la salud puede
ser un muro infranqueable.
A mí también me ha alcanzado la reflexión para llegar a la
frivolidad con la que, a veces, tratamos el tema de la salud. Como muchas otras
cosas solo cuando nos falta llega el verdadero aprecio… cuando se estropea la
lavadora, cuando cortan la luz o el agua… es cuando calibramos la verdadera
dimensión de lo que desaparece o se estropea. Salud, dinero, amor… Parece que
no se discute el primer término. Los otros dos, depende. Pueden tener propiedad
conmutativa.
El caso es que el susto deja anécdota. La cena final del año
no ha tenido mucho relumbrón. No es la primera vez que me ocurre. Acababan de
reelegir presidente a Johnson, 1964, cuando un tío de mi madre que pasaba las
navidades con nosotros, sufrió un infarto fulminante al mediodía de aquel 31 de
diciembre. No recuerdo el menú de aquella cena ni de la comida de Año Nuevo de
1965. Solo, y con mucha nitidez, el lugar de aquellas reuniones familiares. La
casa de mis abuelos, fría después de varios meses cerrada…Mucho más
recientemente, creo que hace once años o quizá doce, también la salud, la mala
salud, se interpuso en la cena familiar de fin de año.
Pero por alguna razón, un por si acaso que era frecuente en
aquel momento, la celebración se había adelantado a la víspera. Lo que me
parece nuevo, absolutamente nuevo, ha sido el plato principal de mi cena del pasado fin de año. No me quejo de
los aperitivos ni del caldo de lujo que se convirtió en sopa de fideos, pero el
plato principal, y tampoco es que me queje, lo señalo por exótico en estos
tiempos, ha sido un huevo frito. Sí, lo mismo que una buena parte de los demás
días del año.
Empiezo el año en este blog como muchas otras veces.
Olvidando el borrador. El que me llevaba a comentar alguna reflexión de Josep Plà en su crónica del
advenimiento de la República. Aquel Madrid de 1931 visto por un ampurdanés de
la costa. La normalidad con la que alguien que iba a trabajar para los rebeldes
cinco años más tarde analizaba el pacto de San Sebastián. A la vista de lo
sucedido solo en Podemos Cantabria, un pacto de ese tipo, ni muchísimo menos,
puede ser considerado en la actualidad. Empezamos un año cargadito de
incógnitas. Más que otros años electorales.
La alegría, la valoración de lo ocurrido con mi nieto como
solo un susto, llegó a la hora de la cabalgata del 5 de enero. Podía haber sido
incluso el día 6, pero fue el 5 por la tarde. Hay un bebé que se convertirá en
adulto escuchando la historia de lo que le ocurrió cuando todavía no tenía
cinco meses. Y en lo que me toca a mí, como abuelo, le induciré a que vea dinner for one aunque no sea 31 de
diciembre. Yo este año lo hago con una semana de retraso. Es poco más de un
cuarto de hora, pero en tiempos en que dos minutos ya nos parecen eternos. De
verdad, merece la pena. Empezar el año entre sonrisas y carcajadas. Para todo
lo demás tenemos tiempo.
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