Mis alarmas personales se encuentran conectadas a la llegada
de mi segundo nieto, pero Diego viene
sin prisa y mientras tanto, me sumerjo cada día en el Cantábrico y un poco en
la actualidad. En estos días de agosto se cumple el centenario de la batalla de
Amiens. Con ella la carnicería de la I Guerra Mundial empezó
a ver su final y se rompió la característica más notable de lo que había sido
la guerra en el frente occidental a lo largo de cuatro años: La guerra de
trincheras. La movilidad fue ya una
constante hasta la rendición alemana del día de San Martín.
La política española empieza
a abandonar la guerra de posiciones que
se había mantenido a lo largo de la segunda, y recortada, legislatura de Rajoy. Ahora los movimientos son
vertiginosos. Pasados de vueltas. No sé si llevan faldas, pero van a lo loco.
La rivalidad de dos pilotos kamikazes, Casado
y Rivera, puede hacer que nos
estrellemos todos.
El primero se coloca en una
posición muy difícil cuando sectores de su partido, muy vinculados a algunas
asociaciones de víctimas del terrorismo, se han negado a convalidar la política
de todo vale. Voces muy autorizadas de ese mundo de las víctimas han dicho alto
y claro que por ahí no. Personajes bastante ridículos no temen hacerlo. Lo
traen de serie. Condenar el acercamiento de un preso a su residencia familiar
cuando este ha conseguido administrativamente ese derecho en el periodo del
gobierno anterior… (des)califica a los críticos en un sin palabras.
El partido de Rivera, que
había empezado a jugar en política en el conjunto de España bajo el paraguas de
un reformismo progresista y que, quiero entender, desde ahí había conseguido
algún fichaje serio de cara a las próximas confrontaciones electorales, no ha
dudado en usar el peor barro, el de la xenofobia y el racismo, para tratar de
desgastar al gobierno y a gobiernos locales y regionales que no son de su gusto.
Sin alcanzar los cien
días, el nuevo gobierno tiene ataques que, de puro disparatados, hacen que se
sienta alguna simpatía por él. Los incendios en las redes revelan lo inflamable
que está todo. Al fin y al cabo es verano. También lo era cuando los Juegos de
Pekín y aquí nos peleábamos por saber si ya era oficial la crisis o había que
esperar algún trimestre más. Han pasado diez años. Nos han pasado por encima a
casi todos. También la batalla del Ebro estaba en lo más álgido en estos días
ardientes de hace ochenta años. Ochenta… y quedan restos humeantes de aquella
batalla y del conjunto de la guerra y ahora, en esta parte del mundo, parece
que nunca antes hemos tenido tanta paz…
Debe hacer más de cincuenta
años que empezaron las campañas de prevención de los incendios forestales. La
motorización, los domingueros, ayudaban a que cada vez fuera mayor la
superficie quemada. La modernización también acarreaba el abandono de la
explotación tradicional del bosque que era la mejor aliada contra los
incendios. Y la especulación, claro! Aquel “cuando
un monte se quema, algo tuyo se quema” incluso con el añadido fastuoso del Perich, “algo suyo se quema, señor conde” tenía un personaje de comic de
protagonista y parece que se llamaba Fidel.
El Ministerio de Agricultura
ha rescatado al personaje y la guerra de movimientos se ha desatado con mayor
vigor que en la Picardía de hace 100 años. Dos personajes como Girauta, del alto mando de Ciudadanos,
y uno de los periodistas más extremistas de la Brunete mediática, Hermann Tertsch, han chapoteado en el
ridículo al confundir al guardabosques de ficción con el difunto mandatario
cubano dando por sentado que el gobierno es procastrista. Esa es la radiografía
del aquí y ahora. Que la virgen de agosto los confunda y los castigue con un
efecto boomerang que no puedan saltar ni los pasiegos en Selaya pasado mañana. La semana nos dirigirá también la mirada a Barcelona en el primer aniversario de casi todo lo que llegó después.
Diego, te esperamos. Cuidarte nos permitirá fijarnos en lo importante.
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