lunes, 16 de abril de 2018

Visitas


El palacio de El Pardo, para los de mi generación, tiene un significado muy concreto. Hay momentos en que ese significado, antiguo, gris y maloliente, revive. Ha sido el caso de la última semana.  Una de las visitas más indecorosas que haya podido soportar el palacio. Y tiene muchas y variadas. Supongo que yo soy muy mal pensado pero las relaciones de nuestros reyes, padre e hijo, con la familia real de Arabia, no serían soportables en casi ningún otro lugar del mundo civilizado.

Me suena que hay manuales  que censuran la utilización de los condicionales, pero, podría ser que la fortuna del rey padre, que no parece pequeña, se relacione con sus trabajos como comisionista. Alguna de sus amantes también se ha dedicado a lo mismo. He visto de cerca el trabajo de representantes de comercio que se ganaban la vida a comisión, pero no es lo mismo.

No pretendo hacerme radical a mi edad. La industria militar, desde el neolítico, ha sido vanguardia tecnológica que ha supuesto con posterioridad avances en calidad de vida. Desde algunas aleaciones metálicas hasta el uso terapéutico de la energía nuclear se pueden buscar ejemplos. Algunos explosivos son necesarios en la minería o en las obras públicas…. El problema surge cuando se vende armamento a algún indeseable, sin ninguna seguridad sobre su uso posterior. Puede servir para masacrar población civil en algún lugar de esos que no es fácil situar en el mapa, pero también para atentar contra nosotros en nuestras propias ciudades. Y nos llenamos de fotos con algunos traficantes. El jefe del gobierno babeando. Literal. Pagan bien y no se discute que-el-que-paga-manda.

Por alguna razón que se me escapa, el mismo barco que recibe protestas en Bilbao o Santander por su tráfico mortal, hace escalas en puertos polacos, alemanes, belgas o franceses sin que se altere en ellos la vida ciudadana. Claro que tampoco somos muchos los que protestamos. Pero los de Bilbao han conseguido después de meses que ese tráfico ya no se haga en su puerto y aquí, en muy pocas semanas, dos barcos saudíes han sido contestados lo suficiente como para recoger más de 19.000 firmas y que el Parlamento regional se pronuncie contra ese tráfico sin ningún voto en contra. Otra cuestión es ver si eso sirve para algo.

Después tenemos al muy miserable señor Hernando, portavoz del grupo parlamentario popular en el Congreso. El ataque lanzado contra las ONGs humanitarias que alzan su voz contra el tráfico de muerte, solo destila ese olor muy parecido al citado en el primer párrafo. Además, y eso a un señor al que un programa de radio presenta con un relincho, no le importará mucho, la ONG que ha encabezado esa censura al tráfico de armamento con destino a un país como Arabia, es Amnistía Internacional. Y esa organización no recibe un euro de subvenciones públicas, señor Hernando. Esa es la base de su credibilidad e independencia. Son las cuotas de sus más de tres millones de socios en todo el mundo, casi 90.000 en España, las que mantienen la organización.

El jueves pasado algunos ciudadanos sostuvimos una pancarta durante unos minutos  en el monumento que recuerda a las víctimas de la explosión del vapor Cabo Machichaco, catástrofe que provocó cientos de víctimas y que figura en cabeza de nuestras tragedias contemporáneas. Un agente de policía nos filmó desde diversos ángulos. No creo que estuviéramos cometiendo ninguna falta. No sé cuántas veces me habrá filmado un agente de policía pero la primera está a punto de cumplir 48 años. Era el 1 de mayo de 1970 y dos agentes de paisano filmaron a todos los que salíamos de la Iglesia de San José Obrero cuando estaba situada en lo que hoy es la boca sur del túnel de Puertochico. No he olvidado quién vivía en El Pardo en 1970. La pancarta decía: La guerra empieza aquí.


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