Guardo muchos recuerdos de abril, seguramente tantos como de
cualquiera de los otros meses, pero hoy es Sant Jordi, para mí la jornada es
así, en catalán, y venerando la costumbre que aprendí allí. Si me empeñara
podría incluso guardar un orden cronológico de esa memoria, pero no lo voy a
hacer. En estos días se cumplen seis años de mi salida para Banjul y muchos más
del asesinato de Julián Grimau en
las vísperas de aquellos XXV años de una supuesta paz que también habría
empezado en abril. Era abril de hace 101 años cuando las tesis de Lenin y era el abril de hace 40 años
cuando el PCE decidió desembarazarse de él. Era abril cuando en Portugal
despidieron a su dictadura y era abril cuando Italia rompió con el fascismo. Y
sigue siendo Sant Jordi, aunque el 155 altere la festividad.
Era abril cuando asesinaron a Martin Luther King, o cuando
Massiel nos despertó con el triunfo que no pudo ser para Serrat por empeñarse en cantar en
catalán en aquellas vísperas del mayo de hace cincuenta años. Aquel mayo del 68
en el que ya habían masacrado Mi Lay. En abril, y ya han pasado cien años, fue
derribado el Barón Rojo que volaba en un avión muy parecido al que ostenta la
web del grupo musical del mismo nombre. Y es abril cuando, a su manera, ETA
pide perdón. La época de la post verdad, lo que antes llamábamos embustes a
secas, pelea con dureza por el relato. Importa mucho más la narración que lo
que ocurra en realidad y ETA, como los demás actores, no abandona la ilusión de
que el relato le quede adecuado, guapo.
De todas formas, para perdonar algo me parece imprescindible
que alguien pida perdón. No le veo interés en perdonar a quien ni siquiera lo
reclama. De quien lo haga podemos dudar, es legítimo. Pero con quien no lo
pida, no hay duda. La Iglesia y el perdón tienen bastante relación y la Iglesia
vasca también pide perdón, lo que no deja de hacer real la parte del relato
hasta ahora semioculta. Sin la colaboración de sectores de esa iglesia, la
organización terrorista no hubiera llegado tan lejos, no hubiera podido matar
tanto.
Y es abril, todavía nos queda una semana, cuando Nicaragua,
un pueblo que ha pasado por todo tipo de calamidades físicas y humanas, tiene
que volcarse en la calle para que el héroe de ayer o de anteayer,
convertido en tirano de hoy, no les arruine la esperanza de un futuro mejor.
Decenas de muertos, como hace pocas semanas en Honduras, los déspotas
maltratando la dulce cintura de América, tanto o más que cuando el Nobel
chileno escribió el Canto General. Los déspotas que un día fueron esperanza de
futuro son los peores. Se cargan también la esperanza.
Personalmente ya llevo tres abriles de una vida nueva, es
bastante habitual que la Pascua sea en abril. Vuelvo a tener a quién comprar
una rosa y de quién esperar un libro, pero algunos dirigentes de lo que se
denominó partidos nuevos hace no más de cinco años, deberían tomar mejor nota.
Son nuevos en el registro de asociaciones pero tan viejos como los viejos en
las viejas prácticas. Y también arruinan la esperanza. Por solo citar un
ejemplo, Monedero. No tengo idea, ni
pienso buscarlo, cuántos años tenía en abril de 1978. Pero seguramente estaba
alineado con quien perdió nominalmente aquel Congreso del PCE y después
conspiró lo que pudo o más, para la ruina total del Partido.