En la primavera de 1981 yo preparaba las oposiciones a lo
que entonces se llamaba Profesores Agregados de Bachillerato. En mi empresa
había un ERE que me mantenía a media jornada, con un horario muy cómodo para
estudiar y colaborar en la crianza de un hijo que todavía no tenía su primer
año cuando el esperpento del 23 de febrero me hizo dudar de si era una buena
idea intentar ser funcionario de un estado como aquel, como éste.
El caso es que en el Teatre Lliure de Barcelona, la ciudad
en la que vivía desde 1970, se había estrenado una adaptación de la obra del
dramaturgo francés Alfred Jarry, Ubú rey, con el título de Operació Ubú. Y yo hice un alto en mi
apretada agenda y acudí al teatro acompañado por la madre de mi hijo y una
pareja de amigos que todavía no eran padres. Probablemente debo insistir. 1981.
No es el refrito que Boadella lanzó varios años más tarde
con el entrecejo de Pujol más
fruncido y con el título más claro de Ubú
President. De la primera no hay rastro en la Wiki.
El detalle de mi memoria, prodigiosa a ratos, es que los
cuatro estábamos muy ocupados pero el que acudió a la fila del Lliure a comprar
las entradas fui yo. Y lo recuerdo por estar leyendo un libro del que acompaño
copia de la portada. En aquella cola, si, leyendo y subrayando, a fin de
elaborar posteriormente un resumen del tema de la revolución del África negra. Semanas más tarde ese tema, previo
sorteo, fue el que elegí para desarrollar en el ejercicio escrito de mi
oposición.
Tres de los cuatro que acudimos con las entradas que yo
había comprado empezamos a reírnos en el minuto uno, como la mayoría de
asistentes. Pero mi amigo Jaume, que
acabó tan destrozado de la risa como todos los demás, tardó en contagiarse.
Creo que en toda la primera parte no sucumbió a la llamada de la carcajada.
Después ya no hubo freno. Jaume tenía una procedencia geográfica y cultural
diferente a la de los otros tres, no es que le fallara el sentido del humor.
Voy a volver a insistir con las fechas. El Estatut
d’Autonomia se había votado en referéndum el 25 de octubre de 1979. Las
primeras elecciones autonómicas se celebraron el 20 de marzo de 1980 y, solo un año más tarde, estábamos en el teatro
disfrutando la sátira que uno de los grupos más brillantes del teatro español
del siglo XX había preparado sobre Jordi Pujol y, ojo, Marta Ferrusola. Eran Pare y Mare Ubú. La identificación familia Pujol-país Catalunya no ha
cesado desde entonces. Ahora tiene otras consecuencias.
El final de esa primera legislatura autonómica estuvo ya
salpicado con las derivadas del escándalo de Banca Catalana lo que no evitó que
en 1984 Pujol obtuviera su primera mayoría absoluta. Altos y muy dignos
representantes del poder judicial, que habían osado investigar las primeras
operaciones turbias del muy poco honorable presidente, quedaron en entredicho,
personal y profesionalmente. Las identificaciones persona-país traen malas
consecuencias históricas. Antes, entonces y ahora.
¿Qué es hoy Catalunya? Una parte de la enorme fábrica de
chorizos española. Una parte muy notable. Ni más ni menos. Y Jordi Pujol y la
mayoría de los Pujol-Ferrusola no se diferencian en nada de toda la banda de
delincuentes que, envueltos en banderas nacionales, de tres franjas o de nueve,
han saqueado los bienes del Común. Merecen, como los demás, nuestro desprecio explícito
hasta que se haga justicia. Nos han robado a todos.
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