lunes, 17 de septiembre de 2012

Juan sin tierra




La semana pasada olvidé mi conmemoración particular del 11 de septiembre. Durante mucho tiempo, exactamente desde que volví a Barcelona finalizado mi servicio militar –era 1973- las protestas que ese año se habían organizado en los alrededores de las Ramblas, por parte de una Assemblea de Catalunya que empezaba a ser apoyada cívicamente, no sólo por los grupos antifranquistas más duros y conspicuos, alcanzaba ya a sectores que nunca se habían manifestado públicamente contra la dictadura, pues ese año, debido a la diferencia horaria y a que yo tenía una jornada de trabajo continua que me permitía acudir a la Universidad por la tarde, no me enteré hasta el atardecer de lo que estaba ocurriendo en Chile en aquel mismo momento.

Todos esos años, al menos hasta 2001, el 11 de septiembre chileno ocupaba un lugar primordial en mi agenda de recuerdos del día. Incluso los tres o cuatro años en que viví a escasos metros del monumento a Rafael de Casanovas. Eso no impidió que estuviera en Sant Boi en 1976 y en el paseo de Gracia en 1977 y en muchas otras ocasiones hasta 1986 en que regresé a mi tierra natal. En 1977, con dos trozos de tela, blanco y rojo, cosidos en horizontal, y pidiendo a la vez la autonomía para Cantabria. El pasado martes publiqué en la única red social en la que tengo alguna actividad que, de haber seguido residiendo en Barcelona, me hubiera ido a la playa y no a la manifestación.

Con todo respeto, la reclamación de independencia me parece una huida hacia adelante por parte de lo que hasta ahora se conocía en Cataluña como nacionalismo moderado. Creo que entre los cientos de miles, quizá millones, que durante decenios reclamamos la más amplia autonomía para el viejo Principado, sería difícil encontrar una mayoría independentista. Es un fenómeno mucho más nuevo que seguramente tiene mucha relación con la crisis y con las maneras de gobernarla desde Madrid         (aunque no se hace de manera muy distinta desde Barcelona) y con la actividad reciente de los separadores, tradicionalmente más fuertes que los separatistas.

Y ahí hemos llegado. Ahora que el último estudio sociológico pone cifras a lo que se venía respirando desde hace meses –los ciudadanos cada vez soportan peor a sus políticos- por un lado, Esperanza Aguirre dimite – sólo deseo que no sea la enfermedad que ha padecido la componente principal de su decisión- y por otro, el nacionalismo catalán intenta desbordar al vasco. Bonito panorama para las próximas semanas, como si no tuviéramos ya bastante con todo lo demás.

Con casi una semana de retraso, y sin coincidir en nada desde el punto de vista autobiográfico, recuerdo a Víctor Jara “(…) Mi padre fue peón de hacienda y yo un revolucionario, mis hijos pusieron tiendas y mi nieto es funcionario (…)” En otro sentido, distinto al de Juan, me considero sin tierra. No se que va a ser de mi.

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