lunes, 4 de febrero de 2019

Despertares


Despierto con recuerdos de una película de ese título, awakenings, de la que guardo impactos de la relación médico-paciente. Lo último que leí anoche fueron unas declaraciones del filósofo Savater que me ayudan a contrastar que aquellas relaciones con los médicos tienen muy poco que ver con las que los ciudadanos mantenemos con los políticos de profesión. De las decenas, centenares, de consultas médicas que, como paciente o familiar, he mantenido a lo largo de mi vida, recuerdo apenas dos con algún mal sabor. Todas las demás, todas, incluso cuando el final no pudo ser feliz, la relación con los médicos fue más que correcta. Se han creado vínculos, algunas veces, duraderos.

Lo ocurrido en España hace 80 años ocupa lugares marginales en las noticias pero algunos tratamos de aprender de lo ocurrido entonces. La situación en Venezuela y sus secuelas en nuestra política interior, me  han llevado esta semana a alguna reflexión sobre lo ocurrido entre el final de nuestra guerra civil y el inicio de la II GM. En esos cinco meses que separan dos actos de un mismo drama, entre otras cosas las democracias occidentales siguieron intentando apaciguar a la bestia nazi a pesar de lo ocurrido en Austria, en Checoslovaquia y aquí.

Pero en agosto, días antes de la invasión de Polonia y del inicio del mayor conflicto vivido por la humanidad hasta la fecha, se firmó el tratado de no agresión entre la URSS y la Alemania nazi. Molotov sobrevivió a Stalin y murió muy anciano cuando ya Gorbachov empezaba su política de transparencia. Ribbentrop fue ahorcado en Nüremberg poco después de concluir el proceso contra los líderes nazis. La Historia, con H, se ha ocupado muy poco, a mi juicio, de las reacciones a ese pacto entre millones de comunistas en todo el mundo, que, en líneas generales, justificaron la postura de la URSS.

La mayoría de aquellos comunistas, polacos, daneses, noruegos, belgas, franceses… en pocas semanas se fueron convirtiendo en los ejes de la resistencia antinazi tras la ocupación alemana de sus países. Conocer las cláusulas secretas de aquel pacto, que se negaron reiteradamente desde Moscú, requirieron cincuenta años y a Gorbachov a la cabeza de la URSS. Solo entonces pudieron verificarse sin dudas. Lo siento: Algunas reacciones ante el drama venezolano me traen estos recuerdos. Exactamente un año después de la firma de ese pacto, y casi un año antes de que Hitler diera la orden de invadir la URSS, Trotsky moría asesinado en México…

Manuela Carmena ha podido pasar en horas de la idolatría a la traición a la causa. Todo debe ser blanco, blanquísimo o negro, negrísimo. Los matices no importan y a quienes nos detenemos en ellos se nos imponen penas próximas a la lapidación. Si la causa es la libertad, no quiero estar obligado a elegir entre Trump y Maduro. Pero si tuviera que vivir fuera de España,  escoger entre Venezuela y Estados Unidos es una reducción absurda del planeta. Como personajes históricos, Hitler y Stalin tienen más semejanzas de las que les gustarían a sus partidarios respectivos, que sigue habiéndolos.

Las imágenes se siguen mezclando. Veo en una foto a un antiguo compañero de trabajo, muy relacionado con la memoria democrática en Catalunya, en las cercanías de Olot, en algún recordatorio de la retirada de febrero de 1939. Se estima en medio millón de personas aquel exilio. Hoy, todavía no hay foto, compañeros de Ongi Etorri Errefuxiatuak acompañarán a los jubilados ante el Ayuntamiento de Bilbao, con el Aita Mari atracado en las proximidades. El Aita Mari es un antiguo pesquero reconvertido en buque de salvamento que no ha conseguido permiso del gobierno español para acometer su nueva faena en el Mediterráneo. Quien quiera cifras, a mí me superan,  solo tiene que teclear en su buscador favorito: Ahogados Mediterráneo.

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