lunes, 19 de diciembre de 2016

Alepo y las campanas

En Alepo no preguntan por quién doblan las campanas, allí saben que doblan por todos. Tengo alguna rareza que me ha hecho estar especialmente sensible con la guerra de Siria. Lo reconozco. Ojalá fuera el único conflicto en el planeta, pero hay muchos más. Ocuparse de todos por igual seguramente es lo más justo. Pero por igual, puede significar no hacer nada por ninguno y ahí no me van a encontrar.

Algún activismo social, básicamente antibelicista, se está volviendo muy peligroso. Las redes sociales, tan importantes en la vida actual, también se convierten en armas. Participo desde principios de este año en un grupo ciudadano que soporta muy mal el incumplimiento de la legalidad internacional en lo referente a los solicitantes de asilo.

No es difícil, entre gente de mi edad y mayores, conocer casos de personas que entre 1936 y 1939 abandonaron nuestro país en guerra y encontraron refugio mejor o peor al norte de los Pirineos. La semana próxima se cumple el 80 aniversario del peor bombardeo que castigó nuestra ciudad en aquella guerra civil. No sé hasta qué punto lo he recordado en las acciones que hemos protagonizado en febrero, en mayo, en junio, en los preparativos de la carrera que se celebró el 18 de septiembre y que recaudó casi 10.000€ netos que la Asociación de Apoyo al Pueblo Sirio ha convertido en ayuda humanitaria que introducen en el interior de Siria.

A la dañina desinformación que acompaña todos los conflictos modernos se está uniendo en este caso un activismo que se parece mucho al maniqueísmo. Cuesta admitir que haya bombas buenas. Las bombas son buenas si matan mucho. Son mejores si matan mucho más. Hay un reflejo obsoleto en una parte reducida del pensamiento que para entendernos deberíamos definir como progresista –me niego a emplear el término izquierdas en este caso- que asimila la Rusia actual con aquella madre patria soviética de los viejos comunistas.

Hay que tener la visión muy poco calibrada para disculpar la política de Putin en Siria mientras se carga contra todos los demás, incluyendo a quienes ni opinamos sobre el conflicto, pero queremos proteger a las víctimas. He visto el término invasión entre comillas para referirse a lo ocurrido en Afganistán en 1979. El negacionismo ha llegado a las filas de ¿? No sé cómo etiquetarlos en estos momentos.

Desde principios de los 80 se habló del activo papel que jugaba la embajada soviética en Madrid a la hora de alentar el conflicto interno en el seno del comunismo español. Esa casi guerra civil, en términos coloquiales, al menos en Catalunya, se libraba  entre afganos y euros. Partidarios de los viejos tiempos y disculpar la política exterior de la URSS, incluso cuando firmaba pactos de no agresión con los nazis, frente a renovadores que creían más o menos en la posibilidad de adaptar la vieja teoría al mundo real de aquel momento en occidente. El barco se hundió.

Hay un peligro real de paranoia. ¿Y si ese recién incorporado al grupo de trabajo ciudadano trabaja-para-la-CIA? ¿Para Putin? También es muy perverso el operativo de  otra red de sentido inverso. Circulan bulos sobre lo que reciben los refugiados que, francamente, dan ganas de pedir que te bombardeen tu casa y que muera parte de la familia mientras buscas refugio. El maná espera al final. Parece de locos pero ocurre.

Hace ya casi doce meses pronostiqué que me venía buen año en lo personal y familiar y ha sido mucho mejor de lo que me atreví a aventurar. Eso lo voy a dejar para la próxima entrada. El solsticio y el nuevo año están en la puerta, pero no me apartan de la próxima acción solidaria con los que no les ha ido tan bien como a mí. El viernes, en Farolas, entre Correos y el Hotel Bahía, en pleno anillo cultural, voy a repartir tarjetas de Pásalo para que pasen. Si alguno de los que creen que lo de Afganistán en 1979 no fue una invasión quiere pasarse por allí, podemos hablarlo. También esos que creen que los solicitantes de asilo viven mejor que los nacionales tienen su oportunidad. El espíritu navideño ha empezado a estrangularme. Vamos que nos vamos.




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