lunes, 25 de junio de 2018

Mateo y Donald


Hace sol y por aquí no aprieta el calor, es verano y lunes y no es fácil empezar la semana con optimismo. El italiano es esa lengua tan próxima que a todo el mundo se le olvida que es complicada como la nuestra. Quién no ha intentado su versión macarrónica de lo que sea en esa querida y próxima lengua? Ese plural que puede que a veces no lo sea, terminado en ini nos ha hecho gracia hasta en españoladas de los años 60 y después resulta que existe y cuando viajas por primera vez allí descubres, si esa primera vez no tienes mucho dinero, que un bocadillo es un panini y ya te lanzas y resulta que un melocotón no es un melocotoni. Del mismo modo Salvini no es Mussolini pero la rima es fácil y consonante. Con Mateo y Donald las cosas se complican.

No es fácil aprender pero nos están sucediendo cosas que parecen anunciadas por  los profetas del Apocalipsis. Todavía estaba yo en la Universidad y vivía Franco cuando el peligro italiano, decían, era un compromiso histórico entre la democracia cristiana y el partido comunista. Aquel PCI que nos rechifló a muchos con su vía democrática hacia una sociedad más justa, el PCI de Berlinguer estuvo a un instante de conseguirlo, puede que para entonces ya casi tuviéramos aquí la Constitución que todavía nos rige y que está a punto de hacerse cuarentona.

Pues en esos cuarenta años, la mitad aproximada de una esperanza de vida de país rico, hemos llegado a donde estamos. El proyecto europeo que nos ha dado hasta una moneda única, parece en la víspera de irse a pique, como se van tantas lanchas en el Mediterráneo. En el otro polo de referencia histórica de sociedades de bienestar, no tan bien repartido como el europeo, en los EE.UU. la rima no es en italiano pero la imagen de los niños hispanos separados de sus familias, enjaulados, llorosos, ha dado la vuelta al planeta a la velocidad con la que ahora viajan las cosas, el dinero y las noticias. Las personas, algunas personas, van mucho más lentas, pero era todo tan bestia que el insensato presidente Trump, a regañadientes, ha tenido que rectificar, al menos en parte.

Hay gestos hermosos. La propietaria de un restaurante en Virginia invitó amablemente a abandonar su local a una estrecha colaboradora del presidente y sus amigos que iban a cenar allí el pasado viernes. Esa es la vía. Si los cuerdos seguimos siendo mayoría, hacer saber que hay cosas que no vamos a tolerar. Yo no quiero decirle a mi nieta, al nieto que esperamos para dentro de pocas semanas, que miré para otro lado cuando pasaban estas cosas. Me ha impactado mucho que otros lo hicieran antes de mi nacimiento con determinados actos que parecían aberrantes hasta hace muy poco. No sé si la barbarie nazi se ve ahora diferente en Italia. No sé si en los EE.UU van a olvidar que apostaron muy fuerte contra esa barbarie, que les costó cientos de miles de vidas jóvenes la apuesta, como para que ahora se repitan allí imágenes que nos recuerden las del centro de Europa de los años 30 y 40.

Tiene que haber soluciones y no pasan por trasladar a todos los africanos a Europa ni  a todos los latinoamericanos al norte del río Grande, pero esas soluciones tienen que ser humanas. Dirigidas a humanos, a personas con derechos por el mero hecho de serlo, hayan nacido donde hayan nacido. Eso es la civilización. Eso es parte del orden que nos dimos después de neutralizar la barbarie. Y en ese orden no tienen los mismos derechos quienes pueden acogerse al estatuto de refugiado que otros migrantes de otro signo. Somos muchos quienes creemos que debería haber otro orden, pero ahora, lo imprescindible es que se cumpla el que hay. El que se incumple a diario. En Texas y Arizona pero también en Melilla y Malta y Lampedusa.




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