miércoles, 8 de noviembre de 2017

El largo siglo XXI: Mi centenario de 1917

Esta entrada ha sido publicada ayer, día del aniversario, en www.elfaradio.com

“(…) El 6 de noviembre será demasiado pronto(…) el 8 de noviembre será demasiado tarde(…) Es el 7 cuando debemos actuar, esto es, el día de la apertura del Congreso(…)” John Reed, pone en boca de Lenin la anterior cita. Los diez días que conmovieron al mundo cumplen ahora su primer centenario. Me parece más fiable Reed, cronista que vive el momento, que reinterpretaciones históricas por muy ajustadas que sean y algunas lo son. Cristopher Hill o Edward H. Carr imprescindibles. El mismo Lenin o Trotsky aunque evidentemente más sesgados.

El otro imprescindible, Eric Hobsbawm, nacido precisamente en 1917, publicó en 1994 una de sus obras más notables, The age of extremes, a History of the World, 1914-1991  Mi nivel de inglés no era todavía el mejor que llegué a alcanzar, pero en el verano de 1995, en los alrededores de Boston, donde mi hijo iba a pasar el curso siguiente, me hice regalar esa obra. No pude esperar a la traducción española y mi compañera de vida se gastó 30 dólares en el obsequio, en una fecha muy importante para nosotros.

En la traducción española de algunos años más tarde figura el subtítulo: el corto siglo XX, por oposición al largo siglo XIX. Me gusta esa idea del autor judío británico. Los siglos, cuando se reconstruyen en la mesa del historiador, no tienen que durar obligatoriamente 100 años ni empezar el 1 de enero del año X. Probablemente a este siglo XXI nuestro le tenga que acompañar el calificativo de largo. Llevamos 10 años de más en la cuenta.

Cuando yo era estudiante en la facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Barcelona, me impresionó el comentario de un profesor: En el primer centenario de la revolución francesa, entre los fastos de inauguración de la torre que se ha convertido desde entonces en el icono de Paris, no hubo, entre los partidos del orden republicano, quien se reclamara heredero de la gran revolución burguesa que había guillotinado a Luis XVI y a María Antonieta y a tantos otros. La herencia de 1789, un siglo más tarde, fue reclamada principalmente por sectores del movimiento obrero.

No he visto muchas reclamaciones sobre la herencia de la revolución de 1917. Yo puedo reclamar una parte, muy pequeña, individual. En dos ocasiones relativamente recientes he bromeado con la revolución soviética. Que la famosa revolución de octubre tenga que esperar hasta noviembre para celebrar el aniversario, es uno de los motivos de broma y dos Papas y sus distintos calendarios, los culpables del desencuentro. El Vaticano y esa revolución han tenido una relación muy difícil. En alguna medida el Vaticano de Wojtyla estuvo presente en la derrota final de la revolución, si es que la revolución fue derrotada en la etapa de Gorbachov. No es difícil encontrar defensores de la idea de que esa revolución fue derrotada casi en el momento de su nacimiento. Incluso antes. O muy poco después.

La otra broma ha sido muy reciente. El pasado mes de julio. En el centenario de aquellos hechos… 1917 tiene hechos muy sonados en febrero, en abril, en julio, en octubre y en todos los demás meses. La revolución en Rusia y la Gran Guerra propician todo eso que ha ido cumpliendo su primer centenario a lo largo de este año. Lo de julio de 1917 lo califiqué de gatillazo bolchevique. La idea me pareció explícita. En octubre la faena se remató con mejor suerte para los impacientes de julio.

Lo de octubre, aquí noviembre, fue más serio. No tengo demasiado interés en justificar o censurar lo ocurrido. El golpe de inicio, la guerra civil, la instauración de un nuevo sistema que lanzó en muy poco tiempo, en términos históricos, a uno de los países más atrasados de Europa a la categoría de gran potencia mundial… sus secuelas, desde el mismo momento de la guerra civil, nos afectaron a todos. Incluso a los que teníamos en aquel momento unos padres recién nacidos o aún sin nacer.

La exportación de la revolución, al menos el intento, convirtió muy pronto aquel novedoso fenómeno histórico en un problema, o una esperanza, de alcance planetario. La importancia histórica de esa exportación rivaliza con los decenios de régimen soviético en la extinta URSS. Como había sucedido antes y volvería a ocurrir más tarde, un primer resultado fue el fraccionamiento de lo que en aquel momento eran las formaciones políticas de mayor influencia entre los trabajadores en los países industrializados. El nacimiento de los partidos comunistas, como escisión, casi siempre minoritaria, de los partidos socialistas que ya habían abandonado posiciones revolucionarias, significó un debilitamiento de las causas populares que se defendieron peor ante el ascenso de los totalitarismos de signo fascista.

España fue escenario, en el marco de la guerra civil, del enfrentamiento más cruel de todo el periodo de entreguerras en Europa. La miopía de los gobiernos occidentales dejó la causa republicana abandonada a su suerte: La inoperancia de la no intervención posibilitó el intervencionismo nazi y fascista. Uno de los dramas históricos del siglo XX es no considerar la guerra civil española como un primer acto de la II Guerra Mundial. La alianza de los soviéticos y las democracias occidentales para derrotar a los fascismos no llegó a tiempo para España. Claro que fue después de la victoria franquista cuando Stalin y Hitler se entendieron para alguno de sus fines.

La resistencia interior al franquismo, tanto en una primera fase de lucha armada como después de la muerte de Stalin y del XX Congreso del PCUS, tuvo en los comunistas españoles su principal, y a veces único, soporte. La formulación del PCE después de 1956, reconciliación, unidad de fuerzas democráticas, huelga general política y pacífica… tuvo que esperar a la agonía del dictador, pero la presentación en Paris en el verano de 1974 de la Junta Democrática supuso una reválida de aquella política de casi 20 años.

No resulta fácil analizar procesos históricos en los que se ha participado. La subjetividad aparece de forma natural. Pero hay hoy en nuestro país, con el relato de la grave crisis iniciada hace casi diez años, con puntos de inflexión en el 15M o en el actual proceso soberanista catalán, un choque generacional en el análisis. No me importa reconocer que tardé en calibrar lo que podía suponer el 15M pero me ha enfadado mucho que un eurodiputado surgido de aquella movida diga que Sartorius es una momia del régimen del 78 o algo parecido.

Al margen de la falta de respeto personal, es intolerable en términos históricos. Sartorius tiene una parte de la herencia de 1917 mucho mayor que la mía. De las más importantes entre los españoles todavía vivos que se puedan reclamar herederos de aquello. No hace mucho tuve que recordar en una red social que un principio básico, de primero de estudios universitarios de la materia, o preuniversitarios, es que frente a un aforismo de enorme fortuna, la Historia, con mayúscula, no se repite y es imposible que lo haga y no hay que recurrir a lo de las aguas de los ríos, que nunca son las mismas. Las sociedades cambian, evolucionan o involucionan, pero nunca son las mismas.

Hace diez días, con la calentura catalana por medio, en un chat con mi hijo, visualicé alguna discrepancia metodológica, y empecé a ver la forma de este artículo. Según el aforismo ya citado, estaríamos como al final de los años 20 o al principio de los 30 del siglo pasado. Y ahí encontramos, entre las miles de diferencias que podría empezar a recitar como en letanía, la inexistencia ahora de la Unión Soviética y su influencia en millones de trabajadores en todo el mundo o la inexistencia ahora de los imperios coloniales…

La herencia de la que hablaba al principio me alcanzó personalmente de lleno. Durante diez años de los quince que pasé en Catalunya, mi vida estuvo marcada por una  militancia encuadrada en la herencia de aquella revolución. Muy crítica con su desarrollo después de 1956, Hungría; después de 1968, Checoslovaquia; después de 1979, Afganistán… pero en aquella herencia, en parte política, en parte cultural. 

Solo he encontrado una razón para justificar mi militancia en aquella organización política: Siempre me pareció la más efectiva contra la dictadura franquista. Creces, maduras, tienes sentimientos democráticos y te rodean situaciones de injusticia, de falta de libertades, te decides a combatir por lo que en el marco europeo se entendía como una normalización de las condiciones sociopolíticas y… un amigo te invita a entrar en el Partido. No hacía falta decir de cuál se trataba.  Lo piensas, vences el miedo y entras. Había otros, pero en la distancia, sin resquicios del sectarismo que alguna vez pudo existir, no se podían comparar, insisto, en influencia social y en efectividad en el combate contra la dictadura.

Y ahí estuve. Según alguien tan cercano a esa herencia como el diputado Alberto Garzón, engañado o traicionado por ese partido. El diputado Garzón seguro que estaba entre los listos de su clase. Se explica bien normalmente. Pero el combate por la libertad y la democracia, en un partido que no se había creído demasiado esas ideas, tuvo muchas contradicciones. La suma de todas ellas acabó con el propio partido. El partido al que se afilió Garzón, por pura cuestión de edad, era ya un zombi político ¿Cree sinceramente el diputado Garzón que él, o la formación por la que ha obtenido el acta, está menos domesticada, o es más útil a la mayoría, que el PCE/PSUC de 1977?

No tengo más amor por la Constitución del 78 que la de su significado histórico. Creo sinceramente que hay que renovarla profundamente, o hacer una nueva. Pero se necesita, al menos, el mismo consenso social que existió para la aprobación de aquella. Faltan trece meses para el cuarenta aniversario de aquel 6 de diciembre. La elaboración de aquella Constitución no llevó mucho más tiempo y veníamos de donde ya se sabe. Voté sí. Con una pegatina de mi partido en la solapa que decía “No a la pena de muerte, sí a la Constitución” Desconozco si la República Popular China se sigue reclamando parte de la herencia de 1917. En lo tocante a la pena de muerte lleva milenios de retraso y miles de ejecuciones de más con respecto a nuestra Constitución.

Del mismo modo que nadie tira un abrigo si no tiene otro para usar en el invierno siguiente, es muy difícil intentar cargarse la Constitución vigente si no hay una mayoría social que opte a, y unos representantes políticos que  consigan, otra mejor. La posibilidad de una revolución para cambiar el sistema no creo que esté en ningún programa electoral en este siglo. Y al final lo de 1917 acabó bien. Al menos en Finlandia que ahora celebra el centenario de su independencia.


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